

Por años, hemos creído que la rutina de belleza tan solo comprende el uso de productos milagrosos o tratamientos costosos que nos dejan la piel hermosa. Sin embargo, cada vez son más los estudios que demuestran que las experiencias personales que tenemos día a día, influyen directamente en cómo nos vemos.
Y sí, la piel es el reflejo de cómo nos sentimos. Su textura y brillo expresan, sin necesidad de pronunciar palabra alguna, si estamos felices, si algo nos tiene preocupados o si nos sentimos muy cansados.
Tu estado emocional influye tanto en la manera como te ves, así como en la energía que tienes, afectando directamente el estado de tu piel.
Nuestra piel no solo es la capa que protege nuestro cuerpo del exterior, es el órgano más grande de todo el cuerpo y curiosamente es uno de los más sensibles ante cambios internos que experimentemos.
¿Has notado que cuando te sientes triste, estresada o con ansiedad, tu piel no se ve igual? Y clínicamente hay una explicación. Cada vez que nuestro cuerpo experimenta alguna de estas emociones, libera cortisol y adrenalina, dos hormonas que estás diseñadas para protegerte en momentos de peligro.
Sin embargo, al tener por mucho tiempo estas hormonas con niveles elevados, comenzarás a ver la alteración que estas generan a la producción de colágeno, a la reducción de la circulación sanguínea y cómo tu cuerpo comienza a presentar inflamación. Todo lo anterior se reflejará en una piel visiblemente apagada, seca y sin vida.
Contrario a lo anterior, cada vez que te siente feliz, que estás descansada o relajada o incluso que estás enamorada, tu cuerpo genera endorfinas y oxitocina, que son conocidas como las hormonas del bienestar. Estás, además de generarte esa felicidad que estás experimentando, también mejoran la oxigenación, aumenta la regeneración celular y estimula el brillo natural del rostro y cabello.

Cada vez que tu cuerpo experimenta estrés crónico, la luminosidad natural de la piel se reduce visiblemente.
Si tu cuerpo está siempre en modo «alerta», redirige un gran porcentaje de la energía a los órganos vitales, dejando la luminosidad de la piel en un segundo plano. Además, la oxigenación disminuye, los poros se obstruyen fácilmente – por eso pueden aparecer los molestos granitos – y la regeneración celular se vuelve más lenta.
Adicional a lo anterior, la hormona del estrés, es decir, el cortisol, promueve la producción de sebo y esto puede terminar agravando problemas de acné. Por esta razón, en muchos casos estos molestos granitos en tu cara o cuerpo, tienen su raíz en el estado emocional que estés atravesando.
Ahora bien, si lo que estás experimentando es tristeza, tus músculos faciales pierden tonicidad, la microcirculación se reduce y la piel adopta un tono más grisáceo o pálido.
Por esta razón es que muchas personas, que te conocen, con solo verte saben cómo estás, pues tu piel es la primera en delatarte.
La respuesta es sencilla: las emociones agradables, como la alegría, la gratitud, el amor y la calma.

Cada vez que experimentas alguna de estas emociones, tu cuerpo libera serotonina y dopamina, hormonas que permiten mejorar la oxigenación, equilibran el pH de tu piel y estimulan la producción de colágeno y elastina. Además, si te sientes bien, la inflamación de tu cuerpo desaparecerá y esto brindará un aspecto más fresco a tu apariencia.
Por esa razón, más allá de un glow costoso o una estricta rutina de belleza, procura primero en tener un estado emocional equilibrado. Tan solo de esta manera y acompañado de una buena alimentación, tu cuerpo comenzará a responder favorablemente, haciéndote ver visiblemente más hermosa y llena de vitalidad.

Cuidarte emocionalmente es, en definitiva, el paso más poderoso de cualquier rutina de belleza.